Seguime

Afirmaban amarse ¡Qué ilusos! ¿Acaso alguien puede amar en estos tiempos? A pesar de la imposibilidad impuesta por nosotros mismos, ellos sí se amaban (o eso decían y demostraban, yo les creía) Era un magnífico pseudoeterno amor.
Se miraban sin tocarse (un acto ridículo), no pestañeaban porque no querían perder ni un minisegundo sin verse. Tenían la extraña obsesión de mirarse hasta que todos los sentidos se confundieran con la vista; podían oler con los ojos, palpar sus cuerpos a la distancia, sentir el sabor de la piel en las pupilas.
¿De qué me sirve todo esto? La infinita mentira me persigue. Está en cada uno de ellos. Las mentiras son ellos y yo, que también soy gente, que estoy incluida en los reproches generalizados de los demás, como vos sos parte de los míos.
Pero la mentira abarca todo, además de infinita es inmensa, todos estamos impregnados con ella. Es tan dulce. No hay objeto, ser, aire, espacio que no la contenga, que no se haya resistido a su poder encantador.
Querer algo y no desearlo más. Soñarlo y olvidarte. Buscarlo y encontrarlo y tirarlo y romperlo. Amar y odiar y no desear. No poder querer, nacer sin esa capacidad. No poder. 
No poder.
No poder.
No.
Poder.

¿Poder de qué? ¿Poder para qué? ¿Poder?
¿Sabés lo que es tener tan cerca a alguien que casi llega a confundirse con algo tuyo? Se vuelve como una extremidad más, quizás una segunda cabeza, un onceavo dedo, un tercer brazo. Comienza a pensar como pensás, a ver el mundo como vos lo ves, a hablar como hablás, y vos también. Se combinan las mentes (los cuerpos también lo harían si eso fuera posible) entonces sentís que por fin encontraste en quién confiar, con quién hablar. Finalmente una persona es vos, un individuo te quiere como te querés, alguien te escucha como escuchás. Y eso te gusta, estás acompañado, ya la soledad se fue, parece que nunca va a volver. Entonces la inmortalidad se apodera del momento, comenzás a creer que no va a acabar jamás, que van a permanecer juntos por siempre, porque son "el uno para el otro".
¿Y conocés el dolor que provoca cuando no está a tu lado? Arde, quema, hiere, se siente como si la sangre fuera cemento y ésa masa espesa tuviera ansias de correr por tus venas, te lastima. Cada palabra que le dice a otro se siente como agujas hundiéndose en la piel. No podés dejarlo ir, no sabés por qué pero algo te lo impide, vos te lo impedís. Porque lo querés, ¿quizás? o porque estás tan acostumbrado a su presencia, que cuando está no lo notás, pero cuando se va no entendés, te cegás, lo extrañás. 
Pero todo es temporal

Bruno

Bruno, si mal no recuerdo se llamaba así. Era uno de las tantas personas que pasean por acá buscando amor, o algo que se le parezca. Bruno era el hombre más solitario que conocí, tenía un aspecto extraño, que delataba la falta de compañía que padecía: Caminaba encorvado, mirando al piso, porque ningún rostro que pudiese aparecer en el camino tenía importancia, llevaba consigo con un aire melancólico y daba la impresión de que no prestaba demasiada atención a lo que no pertenecía a su interior.
Volviendo a la cuestión, este hombre estaba buscando a quién amar, y para conseguir un cuerpo lo único que hacía era preguntar, llanamente, si ella también sentía la necesidad de quererlo, y, en caso de que la respuesta fuera afirmativa procedía a invitar a la señorita a tomar un café. Aquellas escasas mujeres que accedían al encuentro huían despavoridas no sé por qué.
Y así transitaba las calles Bruno, ofreciendo y pidiendo amor. No importaba altura, figura, color, educación, él solo exigía ternura recíproca, alguien que alivianase el peso que significaba no tener a nadie a su lado.
De pequeña preguntaba quién era mi padre, qué hacía, dónde vivía, y hasta cuál era su color favorito. Comencé a extrañarlo desde que supe que los demás tenían uno. Sentía la necesidad de reclamar el mío, ¿por qué si todos tienen uno yo no lo puedo tener?
Mi madre, como consecuencia de los sucesivos pedidos y el amor que le tenía, sabiendo a penas su nombre, fue a buscarlo. Lo encontró y nos unió. Ahí fue cuando mi pesadilla empezó.
Comencé a tener miedo, a sentirme miserable. También empecé a tener ataques de ira, claro, hacia mi mamá, quien no tenía la culpa pero siempre pagaba los platos rotos. Siempre tuve miedo de hablar con él, de contarle lo que sentía, porque él seguía siendo un individuo más que nunca llegué a conocer. Es decir, entró en mi vida para arruinarla.
Después de mucho esfuerzo logré separarlo, y hoy, también sin conocerlo, vuelvo a extrañarlo, a sentir que tenerlo al lado me haría bien. Qué tercos somos los humanos, cometeríamos los mismos errores mil veces si verdaderamente siguiéramos a nuestro corazón. Pero, ¿serían aquellos errores?

¿Por qué no te morís de una vez?

¿Cuántas veces habré observado el precipicio calculando si saltar desde allí me quitaría la vida? ¿Y cuántas otras me privé del goce de intentarlo? Sintiéndome flotar lo miraba, el vacío negro debajo de mis pies. Pensé que ya no necesitaría amigos para dejar de sentirme sola, pensé que si lo concretaba no habría más dolor, más miedo, más yo. Un pequeño salto puede curar todos esos males que padezco. Solo uno. Pero la valentía se escondía, no dejaba verse, se evaporaba más a cada segundo. Pronto me invadió esa absurda sensación de que todavía no era mi hora ¡Qué gran mentira aquella! Cualquier tiempo es bueno para morir, para experimentar eso que se vive una sola vez, que te hace feliz, que te hace nada.
Recordé todo lo bueno que tengo y que no me alcanza. Nunca me bastó nada, jamás algo me hizo feliz por más de segundos. Es lindo tener cosas, pero pronto la sensación se va y te deja con un objeto más que no es distinto a los demás. Y así fluye mi vida, o lo que queda de ella. Llena de cosas que algún día deseé con toda mi alma (si es que esa no es una mentira más) y que hoy no destacan entre aquella gigante pila de cosas obsoletas que no me importaría descartar.

Te amo, por si a caso.

Nunca le dije que lo quería, jamás. Creo que omitir las obviedades es lo mejor que se puede hacer siempre, ahorrar saliva y conservar las calorías que se podrían haber gastado en el acto de hablar. Es que, ¿por qué le diría a alguien que lo aprecio, cuando ya se da por hecho, cuando se expresa en acciones? Además, si es verdadero el afecto, no sería necesario recalcar con palabras algo que sabemos es mutuo, la magia se puede evaporar al pronunciar.
Él es todo lo que tengo, no veo a nadie más, le pertenezco, pero no me pertenece: tiene a otros. Sí, soledad me dicen a veces, cuando se cansan de llamarme con mi nombre. Una sola persona me conoce y ella sabe más de mí que cualquier otro, inclusive yo. No hay amor de la clase que te hace dibujar corazones por las paredes, ni mencionar su nombre a todos. No, nada de eso. Es más bien algo que cualquiera puede percibir, hasta en la forma de mirar.
Desde andenes enfrentados nos miramos, hasta que el tren llega, ¡Tiempo récord ésta vez! Nunca viene más rápido que cuando tengo el placer de observarte, qué honor aquél.


no title

Y siempre será así. Estamos destinados, si es que el destino existe, a las idas y vueltas. A la espantosa levedad de quien dice que no ama y al instante se arrepiente de haberlo pronunciado, porque cuando las palabras emergieron sintió lo que había afirmado no padecer, y con miedo se lo escondió, ya había hablado, no podía retractarse. Es nuestra historia, es esa duda que no nos permite dormir de noche, que solo deja de ser duda cuando se materializa, se pone en palabras frente a un otro, un ente cualquiera que solo sirve para escuchar verdades que después de dichas mutan a mentiras. Cambiamos constantemente, pero volvemos siempre al mismo punto, al querernos, odiarnos y amarnos devuelta con más fuerza, buscando escaparnos. ¿Pero de qué?


(Siempreenlomismo)

El silencio me aplastaba. No podía dejar de moverme, me era imposible parar de esquivar eso invisible que amenazaba con despedazarme. Quería tener la cabeza en blanco, no pensar más. Todos dicen que reflexionar siempre es bueno, mienten, en éstos momentos es lo peor que podés hacer, pero no, nunca los vivieron, jamás pasaron por una situación de vida o muerte, exagerada claro, nunca sintieron ésa sensación que te baja la temperatura corporal, que te hace transpirar, que tenés que eliminar antes de que ella acabe con vos. Los sentimientos matan, ¿sabés? Ya morí once veces, las tengo contadas.
Pero reviví, y así como pude emerger de la nada, también puedo volver a ella, y es lo que hago cada día que aparecés. Ya no sé qué más hacer para evitarte. Más que desaparecer.