Seguime

De pequeña preguntaba quién era mi padre, qué hacía, dónde vivía, y hasta cuál era su color favorito. Comencé a extrañarlo desde que supe que los demás tenían uno. Sentía la necesidad de reclamar el mío, ¿por qué si todos tienen uno yo no lo puedo tener?
Mi madre, como consecuencia de los sucesivos pedidos y el amor que le tenía, sabiendo a penas su nombre, fue a buscarlo. Lo encontró y nos unió. Ahí fue cuando mi pesadilla empezó.
Comencé a tener miedo, a sentirme miserable. También empecé a tener ataques de ira, claro, hacia mi mamá, quien no tenía la culpa pero siempre pagaba los platos rotos. Siempre tuve miedo de hablar con él, de contarle lo que sentía, porque él seguía siendo un individuo más que nunca llegué a conocer. Es decir, entró en mi vida para arruinarla.
Después de mucho esfuerzo logré separarlo, y hoy, también sin conocerlo, vuelvo a extrañarlo, a sentir que tenerlo al lado me haría bien. Qué tercos somos los humanos, cometeríamos los mismos errores mil veces si verdaderamente siguiéramos a nuestro corazón. Pero, ¿serían aquellos errores?

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