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¿Por qué no te morís de una vez?

¿Cuántas veces habré observado el precipicio calculando si saltar desde allí me quitaría la vida? ¿Y cuántas otras me privé del goce de intentarlo? Sintiéndome flotar lo miraba, el vacío negro debajo de mis pies. Pensé que ya no necesitaría amigos para dejar de sentirme sola, pensé que si lo concretaba no habría más dolor, más miedo, más yo. Un pequeño salto puede curar todos esos males que padezco. Solo uno. Pero la valentía se escondía, no dejaba verse, se evaporaba más a cada segundo. Pronto me invadió esa absurda sensación de que todavía no era mi hora ¡Qué gran mentira aquella! Cualquier tiempo es bueno para morir, para experimentar eso que se vive una sola vez, que te hace feliz, que te hace nada.
Recordé todo lo bueno que tengo y que no me alcanza. Nunca me bastó nada, jamás algo me hizo feliz por más de segundos. Es lindo tener cosas, pero pronto la sensación se va y te deja con un objeto más que no es distinto a los demás. Y así fluye mi vida, o lo que queda de ella. Llena de cosas que algún día deseé con toda mi alma (si es que esa no es una mentira más) y que hoy no destacan entre aquella gigante pila de cosas obsoletas que no me importaría descartar.

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